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 Relato: Tostadas con nieve. Alfandor

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mcvan

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Fecha de inscripción : 05/09/2009

Relato: Tostadas con nieve. Alfandor Empty
MensajeTema: Relato: Tostadas con nieve. Alfandor   Relato: Tostadas con nieve. Alfandor EmptyMiér Sep 09, 2009 9:08 pm

Tostadas con Nieve

La tormenta había amainado por la mañana. Pero desde el momento en que puse un pie en el frío suelo supe que hoy sería uno de esos días en que todo estaría destinado a salir mal. No importa tu empeño, tu alegría o si la ropa que decides ponerte es más o menos colorida. Es Dios, la fuerza del Universo, el Karma o como decidas llamarlo. Sea lo que sea lo que nos gobierna no le importan tus planes en absoluto. Cuando era joven tenía un terrario de hormigas. No me importaban sus planes.

El espejo me devolvió una imagen triste y gastada. Una cara oscurecida que debía afeitar. Hoy, ciertamente, me sentía más viejo que de costumbre. Mi mirada estaba cansada y mi piel gritaba “he vivido” por sí misma.

Al tratar de encender el televisor con el mando me percaté de que hubo un apagón en la casa. Al untar mantequilla en una rebanada de pan cayó al suelo por su lado menos deseado. Al intentar encontrar a mi gato, tampoco apareció. Bufé un poco sobreponiéndome al repentino enfado que me invadía. Hoy era uno de esos días.

Me dispuse a marcharme reponiendo la comida para gatos en el plato de Kung-Fu. Yo no le había puesto ese nombre, por supuesto. Era el único recuerdo que me quedaba de un antiguo amor. Lo encontramos juntos muriéndose de frío en una caja de cartón, junto a un contenedor. Ninguno de los dos podía quedárselo así que intentamos darlo en adopción. Yo le decía “No le pongas nombre, o te encariñarás de él”. Ella dijo “Hay mucha gente que tiene nombre y yo no me encariño de ella.”

Era simplemente fantástica.

Salí a la plaza y miré hacia el cielo. Era una mañana nublada de Noviembre. Y nevaba. No sentía frío y pensé que sería el momento perfecto de fumarse un cigarrillo, con todos aquellos copos cayendo a mí alrededor. Todas las ventanas estaban cerradas y oscuras. El apagón debió afectar a todo el barrio.

La calle estaba sospechosamente tranquila. No había mucho tráfico. Mi pequeña motocicleta pudo llegar sin problemas a la plaza donde se encontraba la empresa que me daba de comer. A pesar de que hoy era uno de esos días, el tráfico estaba siendo bueno conmigo. Quizás todo el mundo había cogido la gripe. El ritual de conducir hasta la plaza, aparcar y colocar la cadena ya puedo hacerlo dormido si hace falta. Había perdido la cuenta de los meses que me habían mantenido sumido en la rutina. Para mí ya no existía pasado ni futuro. Todo era un simple presente extendido por la realidad de mi vida. Entendí lo que debió sentir la humanidad cuando se enteró de que la Tierra no era plana.

Mi mente estaba volando en un mundo de sueños mientras mi cuerpo andaba motorizado por la calzada. La nieve, el azúcar, una tostada cayendo a cámara lenta, Kung-Fu, Sara me ofrecía su mano, contenedores de colores que sabían cantar, la Luna de color amarillo, gafas protectoras para observar eclipses, bosques oscuros, la Bruja de Blair y el muñeco asesino de Basket Case.

Mi oficina era un lugar donde todo el mundo trabajaba con prisa. Todos los sonidos posibles que puede generar un folio de papel hacían eco en las paredes de la sala. Al menos aquí sí había corriente y todo parecía normal, excepto por las caras largas de cansancio de los compañeros. Mis imaginativos sueños sobre un repentino Fin del Mundo habían acabado. Aunque siempre cabía la posibilidad de que un meteorito gigante se estrellase contra el edificio y acabase de una vez con mi miseria.

- “No...” – me dije – “Que alguien tiene que dar de comer a Kung-Fu.”

Mientras fantaseaba con la extinción del edificio, mi jefe me miró por encima del monitor con la boca abierta y los ojos en blanco. Normalmente solía tener una mirada de asco pero hoy casi se le caía la baba.

- “¿Donde está Alfonso?” – me preguntó mirando al infinito.

Giré mi cabeza con pasividad hacia la mesa de mi derecha. El señor invisible dominaba la silla de mi compañero.

- “No está aquí” – le respondí con brillantez.
- “¿Está enfermo?.. No ha llamado.”
- “No lo sé.”

Alfonso era una de esas personas que, aparentemente hoy habían desaparecido, o quizás, solo había decidido permanecer en su cama. Fuere como fuere, tenía más suerte que yo. Seguí trabajando a pesar de la hipnotizada mirada de mi jefe, pensando que si hacía como si no existiera acabaría desapareciendo.

¿Cuanto tiempo había pasado desde que mi vida había caído en la monotonía total? ¿Y si estaba muerto y en esto consistía la otra vida?.. Si fuese así, espero que esto fuese el infierno porque no encaja para nada en mi idea de cielo.
Resolví que a partir de ese mismo momento empezaría a hacer cosas que se alejasen de lo que se suponía que normalmente debía hacer: Me levanté e intenté llegar al baño con los ojos cerrados, me lavé las manos y las sacudí contra el espejo llenándolo de pequeñas gotitas, hice una broma telefónica a Baltimore, que en aquel momento allí era plena noche.

Sentado en mi escritorio, solté una risita respirada de satisfacción, entrelazando mis manos tras la cabeza. De alguna forma me sentía bien. Era como imaginar que estaba saliendo de los rieles que mantenían mi tren eternamente en camino. Sí, bueno. No era más que un juego inocente, pero... ¡Me apetecía hacer más cosas!

Me tomé mi descanso 15 minutos antes de lo normal. Bajé saltando por las escaleras de emergencia en lugar de tomar el ascensor, y me paré en todas las plantas a desearle los buenos días al personal. Le dije a una joven que hoy estaba especialmente hermosa, aunque nunca la había visto en mi vida. Y le ofrecí un cigarrillo al conserje antes de salir por la puerta a la plaza.

Todo seguía igual en la calle, la poca gente que andurreaba tenía cara de poder a duras penas con su existencia. Alcé los brazos hacia el cielo recibiendo los copos de nieve en mi cara resplandeciente y tuve la sensación de que cegaría a los transeúntes con mi luz interior. Si me ponía a bailar ahora puede que hasta apareciese mi princesa Disney a terminar la escena conmigo.
No sabía donde ir a fumar mi cigarrillo de las 10:30h. (Hoy sería el de las 10:15h.), pero debía ser un sitio fuera de lo normal. Donde no se me hubiese ocurrido ir en la vida. Acabé llegando a los contenedores oscuros del callejón trasero de la plaza. En ese momento el destino dijo “Basta de sacudirme” y mi tren descarrió.

Un mendigo rebuscaba en la basura como si de un avestruz se tratase. Cuando notificó el ruido de mis pasos, sacó su cabeza y me miró con ojos sorprendidos. Tenía el pelo como si acabara de electrificarse y una barba que se asemejaba a un erizo. Comportándose como lo haría un gato callejero, el hombre entró corriendo en el edificio contiguo a los contenedores y cerró de un portazo... Y de repente, me encontré persiguiéndole.
Escaleras despintadas arriba, o a través de desconchados corredores. El mendigo no paró hasta meterse dentro de un apartamento. Normalmente no habría tenido tanto ímpetu en perseguir a una persona, era lo que pensaba mientras empujaba para echar la puerta abajo. Quizás era que hoy había decidido hacer algo diferente, o quizás era que el hombre barbudo que me había pasado persiguiendo era ni más ni menos que mi compañero Alfonso.

El interior del apartamento estaba completamente vacío y lleno de polvo. No había nada, salvo las cortinas en las ventanas. Me invadió una extraña sensación de falsedad, como si estuviera visitando el decorado de una película. Alfonso, por lo visto, había dejado de huir. Y ahora me miraba sentado en un rincón.
Sin saber qué hacer, solo aparecieron preguntas en mis labios. Sobre qué es lo que estaba haciendo, por qué no había ido hoy al trabajo o cómo tenía un aspecto tan asqueroso.

- “¿No sabes lo que está pasando, verdad?” – me preguntó.

_______________________________________________________________________

Habían pasado dos horas desde nuestro encuentro en el apartamento vacío. Las cosas no habían cambiado mucho. El entorno era el mismo: Un apartamento despojado de toda vida. Los protagonistas eran los mismos: El mendigo Alfonso y un confuso servidor. Solo nuestras posiciones habían cambiado: Ahora era yo el que estaba sentado en un rincón, con ganas de gritar.

Solo habían sido necesarios 120 minutos para derrumbar mi mundo por completo. Yo le pregunté “¿Por qué no has ido hoy a trabajar?”, el me respondió “Hace meses que no me molesto en ir.”. Pero ante mi cara de extrañeza continuó “¿Recuerdas cuándo fue la última vez que me viste? ¿Recuerdas algo especial que hiciese?.. Es más: ¿Recuerdas qué fue lo último que cenaste?”
En mi cabeza solo aparecían tostadas con mantequilla cayendo a cámara lenta... y nada más. Por alguna razón no era capaz de recordar siquiera lo que había comido ayer.

Alfonso dejó escapar una pequeña risa. - “Todos vosotros, sois patéticos...” – musitó - “¿Y si te dijera que la vida que crees vivir es un mero engaño? ¿Que todo lo que ves ahí fuera es mentira, como este apartamento? ¿O que llevas años viviendo el mismo día nevado de Noviembre?... ¿Y si te dijera que ahora mismo no serías capaz de responderme si te preguntase qué edad tienes?”
- “Absurdo.” – fue lo único que alcancé a responder, pero mi mente tardó al menos veinte segundos en razonar que debía andar entre los 20 y 30 años... nada más concreto.

- “Te mostraré algo.” – dijo Alfredo – “Vayamos a ver a alguien a quien desees ver. Alguien a quien se suponga que no debes ver hoy.”

La casa de Sara estaba tan vacía como la última que visitamos. Y probablemente tan vacía como todas las demás. A estas alturas del día ya ni pensaba en volver a mi puesto de trabajo. ¿Para qué? Solo tenía ganas de dejarme caer en un rincón y ponerme a gritar.

- “¿Cómo puede ser esto posible?” – dejé escapar en voz alta.
- “¿Recuerdas la tormenta que hubo anoche mientras dormías? Esta noche vendrá otra igual. En algún momento de la madrugada, estallará. Y borrará los recuerdos de todos los habitantes de este lugar...” – explicó Alfredo.
- “¿Y los tuyos?..”

Negó con la cabeza y me invitó a que lo siguiera.
Bajamos hasta el nivel del suelo y de ahí, a las cloacas. Unas alcantarillas sospechosamente limpias nos recibieron. Mi compañero pateó una pared y reveló unas sinuosas escaleras de caracol que bajaban hacia la oscuridad.
- “¿Qué hay ahí abajo?” – pregunté.
- “El infierno.”

La oscuridad nos engulló al paso que descendíamos los interminables escalones. Solo una tenue luz rojiza parpadeante nos acompañaba de vez en cuando.
- “Esta es mi casa, ahora.” – una pequeña habitación nos recibió. Un camastro, unas pantallas de ordenador y varios cables colgando del techo. Creo que ni siquiera había comida. – “Hace tiempo descubrí que desde aquí se puede monitorizar cualquier aspecto de la ciudad. Incluso hay una base de datos de los habitantes de la zona. Con el tiempo han muerto unos pocos de vejez o desesperación. Actualmente somos mil trescientos cuarenta y ocho.”
- “¿Pero qué es esto? ¿Todo esto lo has construido tú?” – le pregunté.
- “Hace tiempo yo también decidí hacer algo diferente. Romper la monotonía, igual que tú has hecho hoy. Y llegué hasta aquí por casualidad... Cada noche la tormenta amenaza con borrar de mi memoria todo lo que he aprendido hasta ahora. Pero aquí abajo he descubierto que solo pierdo pequeños fragmentos de mis recuerdos, sigo siendo consciente del tiempo, de quien soy y de todo lo que está ocurriendo.”

No sabía qué responder. ¿Me había traído aquí acaso porque se sentía solo? ¿Porque es agradable tener un amigo? Si lo que me decía era cierto, podría volver a mi casa y echarme a dormir como si nada hubiese pasado, mañana lo olvidaría todo de nuevo. Y me levantaría otra vez buscando a mi gato. Quizá lleve muerto ya hace años, o puede que nunca haya existido. Y yo simplemente le repondría la comida de su plato.

- “Se lo que estás pensando.” – se adelantó – “No sabes si quedarte aquí o marchar. Lo sé porque esta no es la primera vez que vienes a este lugar. Es solo que tú no puedes recordarlo.”
Finalmente acepté lo que estaba ocurriendo, y me sentí atrapado. ¿Quedarme o volver? ¿Era eso lo único que podía hacer? Salí corriendo escaleras arriba tan rápido como pude. Escuché desde el sótano la voz de Alfredo que me decía “Hasta la próxima vez.”. Yo no quería que hubiese una próxima vez.

El cielo nublado y la nieve me recibieron. Yo solo eché a correr en dirección opuesta a la plaza, el centro de todo. Quería salir de ahí fuese como fuese.
Los edificios eran cada vez más grises a medida que avanzaba. Más falsos. Tuve la sensación de que ni siquiera las puertas con las que me cruzaba eran reales, y solo eran pintadas. No me paré a comprobarlo.

Ignoré las señales que avisaban de las obras y el paso cortado, salté por encima de las vallas de las callejuelas. Hasta que finalmente me di de bruces con un muro invisible. No podía avanzar. Una especie barrera me lo impedía, más allá, todo perdía color y se volvía totalmente gris.
A la par que respiraba el aire frío sin saber qué hacer, un teléfono público sonó en un poste a mi lado.

- “Es inútil.” – dijo la voz de Alfredo al otro lado del teléfono – “¿Qué importa huir si no hay nada más allá? Vuelve. Ahora que sabemos la verdad podemos hacer lo que queramos en esta ciudad.” – colgué con rabia el auricular y pateé unas cuantas veces la barrera. El teléfono volvió a sonar. No pretendía cogerlo, pero quise decirle un par de cosas a aquel idiota. Esta vez la voz de Sara me llamó por mi nombre. Y me dejó un poco más helado.
- “Por favor, vuelve.” – dijo – “Vuelve y rehagamos nuestra vida. Es posible hacerlo aquí... Solo tenemos que adaptarnos a las reglas.”
- “¡Basta!” – le grité – “¡Tú no eres ella!” – sacando fuerzas de donde no las había acabé por arrancar el teléfono y tirarlo contra la barrera, que se desquebrajó y abrió un pequeño agujero del tamaño suficiente para que una persona como yo cupiera por él. Todos los copos de nieve parecían desear escapar por aquel agujero.

Sara no estaba en este mundo, ni tampoco Kung-Fu. Me arrastré por la calzada a través de la barrera al otro lado, y un acantilado gris me sorprendió. No había nada. La palabra NADA en su significado estaba allí representada. Era terrible, hermosa, e infinita. Y me dejé caer. Caí junto a los copos de nieve hacia una niebla intemporal... y más allá, imaginé que Sara me esperaría. Ya sabía que hoy no iba a ser un buen día.
_______________________________________________________________________

Para mi vergüenza, me había desmayado. Y cuando desperté un enfermero me había puesto las piernas en alto. Había intentando hacerme el macho delante de Sara, pero siempre me han dado miedo las agujas. Y con dos viales de sangre ya había caído.
- “No me imaginé que serías tan quejica” – me dijo entre risas. Pues que hubiese donado sangre ella misma. Había intentado escabullirme inventándome un cuento chino sobre cómo secretamente usarían mi sangre y la de todos los demás para hacer clones y experimentos, pero no había servido de mucho. Ella era así de cabezota. – “Toma, te lo regalo como premio, chiquitín.” – me dijo dándome una esfera de nieve que representaba la plaza de nuestra ciudad. – “¿Y esto para qué?” – “Aquí vives tú.” – dijo agitándola – “El clon que crearán con tu sangre. La gente mirará a través del cristal y verá tu interesante vida.”
Los falsos copos de nieve cayeron tranquilamente y por alguna razón me recordaron a tostadas con mantequilla cayendo a cámara lenta.
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